Los argentinos somos maestros en el arte de violar las normas. Las reglas, los compromisos, la palabra asumida, la ley. Nada vale, porque muchos de los 40 y tantos millones de argentinos que somos decidimos con preocupante frecuencia obviar eso que está escrito y aquello otro que el sentido común indica.
Por conveniencia propia, porque nos creemos más vivos que los otros, porque sabemos que es muy usual que el que lo hace no lo pague, porque cada vez nos mostramos más reacios a la vida en comunidad y por tanto, más proclives al individualismo.
Pasamos en luz roja. Detenemos el vehículo sobre la senda peatonal. Paramos en doble fila todas las veces que tenemos ganas. Tiramos a la calle los papeles de basura que acumulamos dentro de nuestro auto. Sacamos al perro a la calle para que su caca la haga en la vereda, y no en el patio de casa. Ponemos la bolsa de basura en la calle, en cualquier horario, porque adentro molesta. Estacionamos el auto sobre la vereda y ni reparamos si obstruimos el paso de los peatones. En resumidas cuentas: cada uno hace lo que se le canta.
Todo esto viene a cuento de una charla que tuve ayer con uno de mis hijos, de 10 años. Quería ir con jogging, zapatillas y remera a la escuela y aunque a primera lectura suena razonable, él y yo sabemos perfectamente que el uniforme es otro: pantalón gris, camisa blanca, corbata azul, y zapatos. La escuela tiene uniforme, así como unas optan por el guardapolvo blanco y otras, por nada en especial. Pero cada una tiene sus reglas. Reglas que deben cumplirse.
En su defensa esgrimió argumentos que, si hubiera contado con algún abogado batallador cerca, podrían haberme hecho torcer mi postura: "da lo mismo cumplir que no cumplir porque si te ven con zapatillas nadie te dice nada", fue uno; otro: "hasta los hijos de los maestros van vestidos como quieren" y un tercero (para no abundar) "soy uno de los únicos tarados que cumple y, ¿cuál es el premio?".
Cada año, al momento de reinscripción, la escuela y los padres firman un acta de compromiso, que entre otros puntos incluye un acuerdo de convivencia. Ese documento, menciona una extensa lista de pautas y establece cuál es el uniforme.
El mismo no da lugar a dudas: el uso de zapatillas se reserva sólo para educación física. Si desde chicos, como padres, les mostramos que aquello a lo que nos comprometemos después no lo cumplimos ¿no le estamos chingando al foco?, ¿o estoy exagerando?.
Si no estamos dispuestos a cumplir las pautas que tiene el colegio al que enviamos a nuestros hijos por propia elección, ¿no deberíamos llevarlo a otro? La sensatez es un condimento que está faltando entre nosotros.
Sin embargo, lo que más me preocupó es el mensaje que con 10 años ya recibe de la sociedad. Por cumplir, se siente un estúpido.
viernes, 8 de octubre de 2010
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4 comentarios:
Un APLAUSO para tu nota!!!!!! A diario vemos incrédulos como el comportamiento de la gente cada vez es más disparatado... y la consecuencia? Ninguna. Donde es mas notorio? En la calle, peatones y automovilistas hacen lo que quieren... El resultado, siempre el mismo: ningún castigo, no hay consecuencias para el que transgrede.
Giselle, bienvenida a la Argentina real. A la larga lista de informalidades, podrías agregar por ejemplo los infinitos mensajes que desde las más altas autoridades del país se nos envían diariamente: el no respeto a los demás poderes del estado, el uso opresivo y discriminado de los fondos públicos para fines personales o sectoriales, Obras sociales que falsifican medicamentos para la tercera edad y oncológicos. Delincuentes comunes amparados en fueros gremiales, el sitio de fábricas y empresas por delincuentes disfrazados de camioneros.
El no cumplimiento de las sentencias del supremo tribunal de país. La opresión e intento de silenciamiento a los que de una u otra manera opinan distinto. La reivindicación sistemática de terroristas de cualquier lado y signo en nombre de los derechos humanos. La adulteración de índices estadísticos. La negación de la creciente inseguridad y comercialización de drogas en la misma puerta de las escuelas.
Tu hijo preadolescente ha comenzado a percibir y valorar adecuadamente en su ámbito escolar, que es cierto que este país transita un periodo que podríamos denominar como de “postcambalache” y en el que la Biblia junto al calefón ya no es criticable sino que deberíamos añorar esas desigualdades que refiere el tango.
La solución está en escucharlo, razonar con él y fundamentalmente desde la atomizada y diluida estructura familiar del tercer milenio predicar con el ejemplo y fundamentalmente participar, en la escuela , en el club, en el barrio y no callar ni disimular las falencias de la comunidad.
Este espacio vocacional, no comercial pero de estímulo a la participación es sin duda tu invalorable aporte a recuperar de a poco y entre todos nuestro rumbo y destino como país.
No, no estás exagerando, a continuar sin desfallecer, pues la tarea que has emprendido SI que vale la pena.
Saludo cordial desde Colombia, este artículo pareciere que fuere escrito por un colombiano, tal y como describes la situacion lamentable ocurre en Colombia, me atreveria a generalizar como una condición latinoamericana desafortunadamente, es la ley del menor esfuerzo, aquí decimos hecha la ley hecha la trampa, le mamamos gallo a la norma y le buscamos el quiebre, será por este motivo que seguimos subdesarrollados?
El artìculo me encanta. Y me sirve para un trabajo. Saludos!
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