Flaco favor les hacen a sus candidatos, quienes salen a pegar afiches a diestra y siniestra. Si estos nombres que se postulan y su gente respetan así el espacio público, ¿qué cabe esperar en el supuesto caso de que lleguen a gobernar?
Ahora que el reloj volvió a marcar el paso y la celebración por el Bicentenario ya es parte del recuerdo, la agenda pública nos regresa a los temas cotidianos. Uno de ellos, las elecciones de marzo de 2011, en Chubut.
Los pre-candidatos o candidatos ya no se aguantan en las gateras; a los oficialistas, Das Neves les hizo saber durante las últimas horas que dentro de algo más de un mes hará público cuáles son los que gozan de su bendición para figurar en las boletas. Sin embargo, algunos se anticiparon y salieron a enchastrar la ciudad con ansias de que su nombre no pase desapercibido.
Como aún la campana de salida no tocó, da la impresión que todavía estamos a tiempo para hacerles entender a los partidos políticos, a los candidatos, a los punteros y en especial a quienes les toque salir a panfletear que no ensucien la ciudad y que demuestren normas de civismo a la hora de emprender la propaganda.
En noviembre último, en oportunidad de viajar a Uruguay en momentos en que se estaba por desarrollar el ballotage presidencial, en este blog reflejamos la grata experiencia vivida al poder observar el comportamiento ciudadano durante un proceso eleccionario. El respeto que demostraron por el espacio público fue enorme. Gigante. En Colonia, por ejemplo, una ordenanza prohibe pintar paredones y pegar afiches. Sólo se permiten carteles colgados en las copas de los árboles o pegados en sus troncos con cinta de embalar; también pasacalles. Y la ordenanza (¡créanlo!) se cumple. Vaya rareza.
En las últimas elecciones, cuando se eligieron diputados y senadores, las paredes y el mobiliario urbano de Trelew fueron fiel reflejo de la falta de civismo imperante por estas pampas sureñas. Lo paradójico es que esa carencia de educación proviene de las estructuras de los partidos políticos que se postulan para conducir los destinos de una comunidad. Y jamás, encima de males, se los escucha haciendo un mea culpa por el bochornoso atropello que cometen contra los bienes comunitarios. ¿Cambiarán esta vez?