Los soldados argentinos regresan de las islas como prisioneros en el barco inglés Camberra, que también transportó a los heridos. Foto: www.ecosdelapatagonia.com.ar Por Dr. Guillermo Castro
El 19 de junio de 1982, el buque inglés Camberra desembarcó en Puerto Madryn a 4136 soldados argentinos combatientes en Malvinas. Aquellos con mayores lesiones, traumatismos severos, congelamientos, amputaciones, heridas por proyectiles o esquirlas, fueron trasladados en ambulancias al Hospital Zonal de Trelew, para su control y seguimiento. El desempeño de todo el personal sanitario afectado al operativo fue impecable.
Para nosotros también todo había comenzado en la mañana del 2 de abril cuando en la rueda de mate del servicio de cirugía le dije a un colega: “Gallego, escuché que han desembarcado tropas en Malvinas, creo que vamos a una guerra, debemos prepararnos”.
Mi interlocutor era el doctor Jorge Rodríguez, sólido y joven cirujano general que se desempeñaba como jefe del servicio. En ese momento la reunión derivó en comentarios de todo tipo producto de la sorpresa y falta de información.
El domingo 4 por la tarde (como sabemos cada 28 años existe plena coincidencia de los calendarios), realizamos la primera reunión con algunos colegas de especialidades críticas, desde allí comenzamos a trabajar con una hipótesis de conflicto:
si había una guerra en Malvinas y esta se extendía al continente, la ciudad de Trelew estaría comprometida por su estrecha relación y vecindad con la Base Aeronaval Almirante Zar.En combinación con los doctores Fernández Villamil y Eljatib del Sanatorio 28 de Julio, donde
estaba naciendo la primera sala de terapia intensiva de la región, se normatizaron criterios de diagnóstico y tratamiento de las lesiones más frecuentes en ocasión de conflictos bélicos.
Cada especialista del Hospital dio charlas sobre distintas patologías referidas al tema.
El personal auxiliar y paramédico participó activamente en las tareas de acondicionamiento y preparación de material para ser utilizado en caso de conflicto.
Nuestro querido Hospital era en esa época un verdadero hospital de sangre, adonde se derivaban todos los casos producto de accidentes o emergencias en la región.
No había ni beepers o celulares, casi no había teléfonos fijos. Lo que había era vocación de servir y mística, por lo que era frecuente que el ulular de las sirenas fuera suficiente para convocar la presencia de profesionales y enfermeros afectados a la atención de emergencias.Una de las mayores dificultades en la planificación era la planta física del hospital desarrollado en 4 niveles, por lo que en caso de evacuación y movilización de pacientes se carecía de personal que oficiara como camilleros.
Recurrimos entonces al auxilio de alumnos de 4 y 5 año de los colegios vecinos al hospital a quienes entrenamos en las tareas de carga y traslado de pacientes por las escaleras y colaboración en las actividades de comunicación entre los distintos servicios.
Obtuvimos autorización de la dirección del Colegio Nacional para que dichos alumnos afectados al operativo, pudieran concurrir “en zapatillas” a clase para un mejor desempeño en sus tareas. Se coordinaron con autoridades policiales y municipales las vías de acceso rápido y corte de calles para el movimiento de pacientes. Se efectuaron actividades de simulación inclusive en situaciones de oscurecimiento.
Se elaboraron fichas de ingreso y normas de identificación de pacientes. Todas estas actividades se efectuaron en forma paralela y coordinada con las rutinarias del hospital cuyo director era el doctor Ponce.
Sobre el hall de ingreso se planificó una zona de clasificación de pacientes según patologías donde
a cargo del doctor Jorge Kidd se determinaba el “primer diagnóstico” y a qué servicio debía ser derivado el paciente según el predominio de sus lesiones (craneanas, torácicas, traumatológicas, etc.).
En los simulacros que se hicieron “nuestros chicos del secundario”, hoy hombres mayores de 44 años oficiaron de “pacientes” para las actividades de clasificación de ingresos actuando y simulando todo tipo de lesiones que debían ser detectadas por los médicos clasificadores.
La guerra terminó y todo volvió a su curso normal, como responsable de la planificación y supervisión de las actividades mencionadas,
guardé siempre la sensación de que como comunidad, más allá del dolor y la angustia, esta experiencia nos había hecho mejores y un poco más solidarios. Años después, allá por agosto del 89, en ocasión de la caída del avión Electra 101 en la base aeronaval, espontáneamente mientras aquel consumía combustible previo al intento de aterrizaje, en torno y dentro de nuestro hospital se armó un operativo con las características aprendidas durante la guerra de Malvinas para recepcionar a las víctimas.
Estimo que este tardío pero oportuno reconocimiento al personal de la salud del Hospital de Trelew debe ser extensivo a toda la comunidad. A los combatientes heridos, nuestra gratitud y afecto por su entrega sin límites. Nuestro homenaje también al resto de los miles de hombres veteranos de guerra que al regreso al continente fueron vergonzosamente escondidos.
Finalmente atesoro una imagen en la que un grupo de preadolescentes entre los que se encontraba la hoy editora de
Llegaron, nos pidieron autorización para ingresar a saludar a los veteranos internados portando tortas, golosinas y revistas. En definitiva una cristalina demostración de amor y
reconocimiento para aquellos jóvenes que regaron con su sangre esa frías y lejanas tierras usurpadas.